lunes, 20 de abril de 2009

Destellos

Destellos

                                                                    
   Luego de su muerte él supo que jamás lograría desprenderse por completo. Sus vestidos, sus alhajas y sus adornos preferidos siguieron en el lugar donde ella los había dejado. Solo meses después entendió que aferrarse a sus pertenencias y al culto continuo de su memoria no era un hecho demasiado saludable y necesitó más que nunca alejarse, pero a la vez sentirse comprometido. Fue, entonces, escaleras abajo, con enormes cajas y bultos cubiertos. Y allí permanecieron hasta entonces. Luego llamó a la mueblería y ordenó.
     Pasaron diez años y todo siguió su curso normal. Su trabajo en el banco no le causaba mayores inconvenientes, y de vuelta en casa solía alimentar al gato, mirar el noticiero y dormir la siesta. De vez en cuando a la noche, con algo de suerte, encontraba en la televisión alguna película digna de cautivarlo. Nunca lucía demasiado preocupado, pero tampoco muy distendido, sonreía con moderación, y no tenía ademanes de grandeza.
      El hecho que produjo la ruptura en su vida sucedió un lunes cuando regresaba a su casa para almorzar. La vivienda era oscura y pacífica, tenía muchas ventanas, una puerta principal y una posterior que daba al patio. Todo estaba muy limpio y ordenado. Siempre se aseguraba de cerrar las puertas y las ventanas cuando se ausentaba, de manera que al entrar no pudo ver con claridad hasta que las abrió a todas.
   …Y fue cuando la hallé. Me quedé observándola  durante un tiempo,  tratando de establecer alguna relación, algo que me llevara a discernir su presencia enigmática. Pero no pude hacerlo…
  
   No pudo entender como había llegado hasta el centro de su mesa una lámpara antigua y polvorienta, de un bronce opaco y en parte verdoso, de unos treinta centímetros de altura. Con total certeza no era de su propiedad, nunca tendría un utensilio de esa índole, tan viejo y arruinado.
   El polvo se extendía alrededor del objeto, como si lo hubiesen dejado caer sobre la mesa. Se formó la idea de que alguien había entrado mientras él no estaba, tal vez para robar. Decidió revisar toda la casa.
   No faltaba nada. 
  Entonces tomó la lámpara, casi con miedo, y la depositó en el cesto de la basura, seguro de que alguien haría un buen uso de ella, y convencido de que ninguna extraña situación era de su incumbencia, estuviese involucrado o no.

   Ahora daba violentos giros en su cama, sumido en oscuros pensamientos. La ansiedad lo iba desgastando de a poco, y realmente lo molestaba, no estaba acostumbrado a ella y no sabía como sobrellevarla. Quizás algún poder maligno estaba turbando su mente. Retazos miserables de perfidias, tempestades.
   Sentía como si estuviese caminando por un callejón nocturno en un barrio oscuro de las afueras de la ciudad, vivenciado aquel mismo estremecimiento que nos genera el hecho de saber que en las sombras alguien camina nuestros pasos.
   A fin de cuentas logró dormirse.
   Al día siguiente tomó fuerzas para reintegrarse en su vida, pero su trabajo le reveló la profundidad del asunto. No podía realizar las actividades a las que estaba acostumbrado, no lograba concentrarse.
   …Algo, más allá de lo que la explicación racional accede y más allá de mi propia explicación, estaba teniendo un efecto nocivo en mi vida…
   Lo incitaron a que regrese y tome un descanso. Pero no fue hasta el mediodía cuando decidió volver.
   Ya ejerciendo un escaso dominio sobre su ansiedad, temblando, se acercó a la puerta. Probó colocar la llave; tardó varios minutos en darse cuenta de que intentaba abrir la cerradura de la puerta principal con la llave de un candado. Retrocedió, colocó la correcta y entró. Ni siquiera abrió una ventana como había sido su costumbre durante tantos años, solo se precipitó hacia la mesa. Suspiró… estaba vacía. La tensión comenzó a desvanecerse lentamente. Entonces creyó conveniente regresar al trabajo.

   Por la noche permaneció mucho tiempo frente al televisor. No lo miraba, intentaba mirarse a si mismo, entenderse. El café se enfriaba en su mano izquierda, y en esa postura, sentado en aquel sofá con las piernas sobre una silla, se quedó dormido.
   Entre sueños sintió calor, estaba en un lugar desértico, atrapado en una jaula bajo el fuerte sol de enero. Jadeaba y sacudía los barrotes intentando escapar, mientras el viento hacía que la tierra se pegase a su cuerpo sudoroso. Estaba sucio, sucio y maloliente. En el esfuerzo por escapar hacia la vigilia se sorprendió mareado, levantándose inquietamente del sofá. Eran las cinco de la mañana, debía organizar su vida y regresar a la cama. “La mesa” se dijo a sí mismo “la mesa está sucia”. Se llevó las manos a la cara y frotó sus ojos.
   …Alcancé a entrever algo en medio de la penumbra, hacia la cocina: un candelabro. Parecía de épocas medievales, de color ocre y musgo. No era muy grande. Me resultó terrible verlo cerca del microondas y de la cafetera eléctrica…
   Sintió una puntada en el estómago y se acercó a la cocina. Sus manos inquietas tomaron el objeto, con dificultad pasó un trapo por la mesa y luego arrojó todo a la basura.
   No podía ya tratarse de meras coincidencias. Todo este asunto excedía el límite de su tolerancia y su capacidad para entenderlo. ¡Está todo cerrado! ¡Herméticamente cerrado! No hay forma de que alguien entre… no la hay.
   Con un cuchillo de cocina en la mano se dispuso a recorrer las tres habitaciones de la casa. Fue primero a la suya, vio la cama de dos plazas, se inclinó, miró debajo, detrás del armario, corroboró que la ventana estaba cerrada desde adentro, no había nada. Caminó hacia la salita de limpieza ¿qué podía haber? Estantes con productos, el lavarropas automático, la pileta. Enseguida fue hacia la habitación de huéspedes, las dos camas, el enorme ventanal, el esquinero, todo estaba bien. No hay forma alguna de que esto ocurra, pensó. En el pasillo que comunica a todas las habitaciones se detuvo  y con lentitud comenzó a arrodillarse hasta alcanzar la extensa alfombra roja por uno de los bordes zurcidos. Sus manos temblaban como nunca antes mientras intentaba levantarla, pero no tuvo el coraje suficiente y la dejó caer.
   En las horas que siguieron no pudo más que pensar y replantearse dudas una y otra vez. Todo aquello escapaba de su razón pues no hallaba motivos para que alguien deseara traumarlo de algún modo.
   Permaneció sentado en una silla en el rincón más oscuro de la casa durante un tiempo. Se exaltaba al menor ruido, siendo cualquier crujido motivo suficiente para armar toda una constelación fantasmagórica de hombres y espectros que conspiraban en su contra.
   Con los primeros rayos de luz salió corriendo de su casa a esperar que alguien lo reciba en el Banco, que más que un lugar de trabajo se había convertido en su refugio. Decidió esperar en un café que estaba a la vuelta hasta que notara índices de movimiento, aún era demasiado temprano.
   …Ese café no era exactamente lo que necesitaba, el bullicio de la gente, el aroma fuerte a humedad y polvo, a incienso y cigarro, el clima nostálgico, hasta bohemio; nada propicio para aplacar tanta desazón. Pero misteriosamente fue ante aquel tumulto donde encontré la tranquilidad que necesitaban mis ideas confusas para restablecer su primitivo orden…

   Durante todo ese día no regresó a su casa, permaneció pensativo y nervioso, apenas con la concentración necesaria como para no temer un colapso. Pero más allá de los intentos por mantener su mente lejos de ideas arrebatadas, había algo en lo más profundo de su espíritu que le señalaba cuan inacabado era pretender ser empírico u objetivo. Realmente cabía agrupar a todos esos sucesos bajo el sesgo del misticismo y lo sobrenatural. Pero entrada la noche, ya sin remedio alguno, se vio en el deber de regresar.
   Para su sorpresa, y aparejando cierta satisfacción, encontró a su vuelta todo tal cual lo había dejado. Durante estos días de tensión la suciedad se había acumulado como nunca antes por todas las habitaciones de la casa. Aún al ver esa contrariedad no hubo ocasión a que se ocupase de otra cosa que de su temor. Esa situación lo absorbía por completo.
   Se encargó minuciosamente de cerrar con llave las puertas y de trabar todas las ventanas (que tenían además rejas), luego se precipitó en su habitación dejándose caer en la cama, aún con su traje y corbata.
   Sabía que no podría dormir, y como no se hallaba entre sus costumbres tomar sedantes, se entregó por completo al insomnio.
   A mitad de la noche un sonido, como un crujir de maderas lejano, puso en guardia todos sus sentidos.
   …Hubiese jurado que se trataba de pasos, pasos lentos y pesados que provenían del otro extremo del corredor, aunque en ese estado me parecieron tan perceptibles como si se estarían acercando a mi cama, dentro de la habitación misma…
   Permaneció estático durante algunos minutos, respirando pequeñas e imperceptibles bocanadas de aire. Pero no pudo escuchar nada más durante un tiempo. Luego los pasos se continuaron, cada vez más cercanos al agudo oído. De haber sido otra la situación se hubiese enfrentado sin vacilar con aquel extraño. Pero el sabía que esos pasos no pertenecían a un mero ladrón o a un vagabundo cualquiera.
   Al final la incertidumbre pudo más que el terror y comenzó a deslizarse de la cama con  lentitud y sagacidad. Su mano sintió el frío metal del picaporte que chilló estruendosamente al girar. La puerta se abrió de par en par. El corredor estaba inusualmente iluminado por la plenitud de la luna, y fue esa claridad la que le reveló inequívoca que aquella imagen que se perfilaba frente a su puerta no era otro que él mismo. Eran sus facciones, su misma pequeña nariz, su mismo corte de pelo militar y su mismo saco y corbata. Solo que toda esa imagen estaba cubierta por un velo de inmundicia y putrefacción, como si se tratase de un cadáver, o algo peor: de su propio cadáver hecho carne movible. El pelo era pajoso y más gris que el suyo, la cara pálida mostraba una tez que no conocía en modo alguno la luz del sol, los ojos desorbitados y sobresalientes, como colocados a la fuerza sobre una base de pómulos ojerosos y morados, las cejas tupidas extendiéndose en todo su esplendor, la boca entreabierta enmarcada por labios incoloros y cuarteados. Pero aún tras esa máscara deforme se podían hallar fieles los rasgos de quién la observaba. El traje era el mismo, solo que cubierto por una fina capa de polvo y vaho.
   …Una multitud de sensaciones se agolpaban en mi pecho, pero solo prevalecía el horror y el deseo de huir lo más rápido posible…    
   Así permanecieron por un tiempo indeterminado, enfrentados el uno con el otro. Uno prolijo y aseado, mostrando el terror de una realidad solo comparable a la peor de las ficciones; el otro ambivalente y rígido, su opuesto más inmediato, sostenía con su mano derecha un objeto similar a los que anteriormente habían aparecido arriba de la mesa.
   Corrió con desesperación a lo largo del pasillo. Antes de entrar en la cocina arrojó la última mirada hacia el corredor para notar que aquella sombra se escurría hacia el final del mismo. Buscó el cuchillo y se lanzó en su persecución. Al encender la luz ya no estaba, pero su anterior presencia era un hecho. Se alegró de saber que aquella vieja tetera de plata que yacía a medio corredor, justo frente a la puerta de su dormitorio, era un signo certero de que aún conservaba la cordura. La tomó entre sus manos que ya no contenían el temblor y recorrió las puertas y ventanas para corroborar su temible sospecha: permanecían cerradas desde el interior.
   En vano escudriñó el resto de la casa, todo estaba cerrado, todo estaba inmutable.
   Entonces se arrodilló una vez más ante la alfombra roja que se extendía a lo largo del piso del corredor, la desdobló, ésta vez enteramente decidido, y prosiguió a descalzar algunas maderas del piso, sobre las que caían pesadas sus lágrimas. Quedó así descubierta una puerta de color verde oscuro cerrada con un candado viejo y macizo. Se asombró al encontrar en su llavero la llave de éste.

   La luna transitó lentamente su camino nocturno y tarde vino el amanecer a devolverle el tono de voz a la vida, arrebatado por la funesta noche.
   Nadie había esperado jamás el día como aquel hombre que dormitaba apenas en su sofá. Un rayo de luz penetrante dio en su cara y entonces supo que era hora de hacer lo debido.
   …Tomé el teléfono y disqué el número de una conocida tienda de antigüedades para comunicarles que disponía de muchos objetos que serían de su interés, y que podíamos llegar a un acuerdo razonable si me prometían llevárselos esa misma tarde de mi casa…
   Tras haber realizado la llamada su expresión se tornó favorable y pudo sentirse seguro.
   Alrededor de las cuatro de la tarde un pequeña furgoneta estacionó frente a su casa y descendieron de ella dos hombres que no tardaron en golpear la puerta.
   El tiempo y la humedad habían hecho del sótano un lugar tenebroso, sofocante, sucio y maloliente. Los dos hombres descendieron por las escaleras con normalidad característica y no tardaron en llevarse todo: los pequeños muebles, los adornos de porcelana y de bronce, cuadros viejos, diversas figuras de cristal y otros objetos de madera. Una vez realizado el trabajo echó llave al candado y suspiró en un exceso de alivio.


1 comentario:

Claudio Cabral dijo...

Realmente bellisimo el cuento. Me tuvo entretenido del principio al fin. Y lo mas interesante es que lo que yo encuentro que tiene de psicoanalitico, es el final: abierto, es decir que no tiene sentido, que el sentido de "eso" de lo que hacia el final puede desprenderse queda librado al lector. Entonces es el lector quien dará sentido (significado) al final, por supuesto que con su fantasma.

No me pudo dejar de evocar en mi memoria varias obras literarias, en particular "El Fausto" de Goethe, ese celebre parrafo citado por Freud: "Lo que has heredado de tus padres, adquierelo para poseerlo", y si uno sigue leyendo en el texto de "El Fausto" se encuentra que dice "Y lo que no te sirbe... desechalo, eliminalo." Es el lastre, lo que a uno no le sirbe de lo que recibió, que es lo que tanto pesa en la neurosis.

A eso me rememora el final del cuento, porque ademas, esta rodeado de un amanecer, del final del tiempo oscuro de la noche... es decir, hay un amanecer añorado ligado a lo que se puede perder. Esos objetos.

Realmente me gusto mucho, como ves, escribi con mi fantasma un poquito de un "final"... pero verdaderamente me gusto, y lo sé porque el signo para mi de que algo me gusta es cuando logra ponerme la piel de gallina...

ClaudioCabral