Estoy enojado con ella, porque ha
preferido otros mundos, otras galaxias, otros contornos. Me vio recostado a un
farol, en la parada del colectivo; la vi asomarse por su ventana en una noche
de verano que olía a sábados y a repelente para mosquitos. La vi dulce como una
canción de tres acordes menores, sobre una hamaca paraguaya en una tierra
lejana, olvido, cerca del mar. Vi que era un poema, vi que soplaba sobre mí
olas inmensas de sonidos extraños, melodías que de cerca semejaban sonrisas y
cerveza. La vi preñada de locas esperanzas, tullida de recuerdos, enredada en
el tramayo de la locura urbana, olvidada detrás de un padre rojo y gordo y de
saco negro, y pensé que era la desesperación, el lamento de un caballo, el
relincho de una amante, una pequeña olvidada sobre el renglón de una hoja en
blanco. Eso lo sé, me lo demuestran sus ojos de botones cuando los veo brillar
en la noche, mientras me mira, y yo finjo que duermo, pero enojado, porque ha
preferido otros mundos.